viernes, 2 de noviembre de 2012

El profesor Heidrich

Martes, 11:00 de la mañana. Es un día muy atareado en la oficina. Es una suerte que sea así, por que en cada ocasión en que mi mente queda ociosa, vuelven los recuerdos del sueño de anoche, vuelven las caras de Lara, vuelvo a pensar en el sueño del viernes pasado, y vuelven las dudas sobre si en realidad fue un sueño.
Quisiera hablarlo con alguien, pero contárselo a uno sólo de mis compañeros equivale a contárselo a todos, y no quiero que mi estado mental sea el tema de conversación de “radio pasillo”.
Suena el teléfono. Es Vanesa, la telefonista de la empresa, indicando que tengo un llamado.
–¿Quién es?
–Me dijo su nombre, pero la verdad no lo entendí –me cuenta Vanesa–. Parece extranjero, por que habla con un acento muy raro, y me parece que está llamando de larga distancia.
–Bueno, pasame… ¿Hola?
–¿Señor Domínguez? –pregunta la voz al otro lado de la línea.
–Sí, ¿quién habla?
–Yo soy Edmund Heidrich. Necesito hablar algo importante para usted –Vanesa tenía razón con lo del acento extranjero; no sólo es un acento raro, sino que el hombre parece no hablar muy bien el castellano.
–¿De qué se trata?
–Yo viajando mañana para Buenos Aires. Quiero hacer reunión con usted para hablar algo importante.
–Muy bien, pero dígame de qué me quiere hablar…
–Prefiero no adelantar por teléfono. Sólo puedo decir que quiero ayudar con problema que usted tiene con ciertos fenómenos extraños que usted experimentó… el viernes pasado, si no equivoco.
Siento un hormigueo en el estómago y me quedo mudo un par de segundos, mientras mi mente busca una explicación
–¿Señor Domínguez, está ahí?
–¿Cómo… cómo sabe? Espere… mi psicólogo… ¿usted conoce a Jaimovich? ¿Habló con él?
–Eso no importante. Lo importante…
–Habló con él, ¿verdad? ¿Cómo pudo contarle? Pero no puede… es ilegal, podría hacer que le saquen la matrícula.
–Señor Domínguez, escuche…
–Adiós –le espeté, colgando el auricular con fuerza.
No lo puedo creer. Estoy enfurecido. Decido llamar a Jaimo inmediatamente para que me explique. Se acerca Javier, uno de mis compañeros de trabajo, para hacerme una consulta, pero de mal modo le digo que me espere unos minutos. Busco en mi agenda el número de mi psicólogo y lo marco rápidamente.
–¿Hola?
–Doctor Jaimovich, le habla Diego Domínguez. Mire, le…
–¡Diego! Qué bueno que llamó, yo quería hablar con usted, le quería avisar que…
–Espere, déjeme hablar. Me acaba de llamar una persona que me habló de algo que sólo usted y yo sabíamos. ¿Acaso le dijo a alguien lo que yo le conté en la última sesión? ¡Eso es una falta muy grave!
–Soy culpable, lo sé, pero lo hice por su bien, créame. Diego, necesitaría que vengas a una sesión lo antes posible. ¿Podrás venir mañana alrededor del mediodía? No te voy a cobrar por esta sesión.
Si así como así el Jaimo decidió comenzar a tutearme, debe ser por un motivo importante. Y si un psicólogo judío se ofrece a regalarle una sesión a su paciente, debe ser cuestión de vida o muerte. Creo que me conviene aceptar.
–Está bien, podría ir durante mi horario de almuerzo.
–Perfecto. Te espero entonces. Hasta mañana.
–Hasta mañana.
Me quedo mirando el teléfono como si éste pudiera responder alguna de mis muchas dudas. Javier sigue a mi lado, y me hace gestos para recordarme que está ahí.
–¿Todo bien? –me pregunta. Me doy cuenta de que escuchó mi conversación con el Jaimo.
–Sí. Un tema con mi psicólogo… nada importante. Bueno, ¿qué necesitabas?

sábado, 6 de octubre de 2012

Sueños y alucinaciones

Es casi medianoche. Ya cené, y estoy tirado en el sillón frente a la TV, mirando las noticias, solo en mi dos ambientes en noveno piso. Mis párpados comienzan a sentir el peso del cansancio de la jornada. Detrás del televisor veo las luces de la ciudad a través del ventanal y del balcón del departamento. Mis ojos están a punto de cerrarse, cuando una figura oscura desciende sobre el balcón. Abro los ojos sobresaltado, para descubrir que no hay figura oscura. Sólo mi imaginación. “Este sueño de las brujas me dejó mal. Si por lo menos el ‘Jaimo’ me hubiera dicho algo… pero no, no sólo no me ayudó, sino que me hizo pensar que todo eso de las brujas quizás haya sido real”.

Me acuesto en mi cama, activo el despertador y cierro los ojos. Paso un rato dando vueltas en la cama hasta que mi mente empieza a desvariar, anunciándome que estoy a punto de quedarme dormido. De pronto estoy en Mateo’s. Lara está allí, mirándome con una sonrisa enmarcada en un rostro angelical. Había olvidado su hermoso rostro, y me siento feliz de verlo nuevamente. “Estoy enamorado”, pienso. Pasa sus manos con ternura por su vientre hinchado. “Es tuyo”, la escucho decir, pero sus labios ni siquiera se mueven. Miro a un costado y allí está Sara. Su pelo ahora es negro y cubre completamente su cara, pero sé que es ella por que recuerdo la túnica blanca. Trae un bebé en sus brazos. Me vuelvo hacia Lara, y ahora su rostro es el del demonio que vi en la habitación con decoración barroca. También había olvidado este rostro, pero en este caso no me siento feliz de recordarlo. Con sus dos manos convertidas en garras araña mis mejillas, causándome un gran dolor. Mi propio grito me despierta violentamente. Mis mejillas arden.
Voy rápidamente al baño a mirarme en el espejo. Mi cara exhibe cinco arañazos rojos en cada mejilla. Con agua fría intento aliviar el dolor y desenrojecer mi cara. “¿Cómo pude arañarme de esta forma?”. Cuando miro más de cerca, noto que en cada mejilla, una de las marcas es más corta, como si hubiera sido hecha con un pulgar. Esta marca está por encima de las otras.
Llevo mis manos a mi cara para imitar el movimiento que hubiera hecho para hacerme yo mismo los arañazos. Si lo hubiera hecho yo, las marcas de los pulgares estarían debajo de las otras. “Debo estar enloqueciendo”.
Vuelvo a la cama, pero no logro dormirme. El recuerdo de este último sueño no desaparece, a diferencia del sueño del viernes pasado; tampoco desaparece el dolor en mis mejillas. Las dos caras de Lara siguen fijas en mi memoria. De todos modos, grabo el relato del sueño en mi celular para poder contárselo a Jaimo. Claro que este relato es mucho más corto, menos detallado, y no me hace falta ser psicólogo para comprender que en él no hay mucha “información”.

Martes, 6:30 de la mañana. Suena el despertador. Al mirarme en el espejo para afeitarme, descubro con alivio que no hay marcas en mi rostro. El problema es que ya no sé qué parte de lo ocurrido la noche anterior fue real y qué parte fue sueño.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cita con el psicólogo

Lunes, 8:20 de la noche. Espero mi turno en el consultorio de mi psicólogo. Hacía tiempo que no estaba tan ansioso para ver al doctor Jaimovich. Hace año y medio que lo vengo a ver, y últimamente estuve sintiendo que le digo siempre lo mismo, y que él no me ayuda demasiado. Pero esta vez tengo para contarle mi sueño del viernes pasado.
Finalmente me toca el turno. Luego de saludarlo y acomodarme en su sillón, le cuento al doctor que tuve un sueño sumamente extraño y que me gustaría contárselo para que me dé su opinión, cosa que acepta con agrado.
–Lo va a tener que escuchar de mi celular –le explico. –Es que apenas me desperté, lo grabé todo por que sabía que en cuanto estuviera completamente consciente lo iba a olvidar, y así fue. Desapareció de mi memoria.
–Logró burlar al superyó –dice Jaimovich. Nunca supe por qué no me tutea, si tiene apenas un par de años más que yo. –Déme que lo conecto en la computadora y lo escuchamos de ahí.
El psicólogo escuchó atentamente todo mi relato, cosa que consumió buena parte de mi hora semanal de terapia, pero no me importa. Estoy ansioso por conocer la opinión del profesional.
–¿Usted se interesa en las leyendas de brujas? –me pregunta luego de escuchar la grabación.
–No, no realmente.
–¿Nunca leyó libros sobre brujerías o cosas parecidas?
–No que yo recuerde.
–Bueno, le cuento. Hay un par de cosas que me llaman la atención. La primera es la abundancia de detalles de su sueño, y la segunda es la información que contiene.
–¿La información? ¿Cómo?
–Usted sabe que los sueños son expresiones del subconsciente. Esas expresiones se alimentan de los recuerdos, de cosas que uno sabe. A veces el subconsciente nos trae a través de los sueños recuerdos de nuestra infancia, por ejemplo, a los cuales nunca podríamos acceder conscientemente. Lo interesante de su sueño es que aparecen varios datos propios de leyendas de brujería que usted tiene que haber leído o aprendido de alguna forma. Yo los conozco por que he leído muchas de esas historias… sólo como pasatiempo, pues nada tiene que ver con mi profesión, pero si usted me dice que nunca leyó nada sobre el tema…
–¿Qué datos, por ejemplo?
–Por ejemplo, se dice que la séptima hija mujer es bruja de nacimiento. Otras mujeres pueden convertirse en brujas, pero la séptima hija lo es por nacimiento. Algo parecido a la leyenda del lobizón, que dice que el séptimo hijo varón es lobizón. ¿Usted lo sabía?
–Lo del lobizón sí, pero lo de la séptima hija bruja es la primera vez que lo escucho.
Suena la alarma que indica que finalizó la sesión, pero el doctor Jaimovich parece ignorarla completamente. Se me queda mirando fijo por varios extensos segundos, hasta hacerme sentir algo incómodo. Quisiera saber qué está pensando.
–¿Está seguro de que fue un sueño? –pregunta al rato.
No sé cómo contestarle.
–¿En qué condiciones se despertó? –vuelve a preguntar.
Le explico que me desperté sintiéndome limpio, sin resaca, hasta perfumado, y que no me respondían las piernas. Le cuento que Mateo, el barman, me ayudó a levantarme y me acompañó al baño, y me dijo que tuve suerte, y que tendría que tener más cuidado con lo que tomo.
Jaimovich se queda pensativo otros largos segundos, al cabo de los cuales sacude la cabeza y me despide hasta la semana próxima.
–Llámeme por cualquier cosa que necesite –me dice luego de despedirse. Es la primera vez que me dice esto, y la primera vez que noto en él una preocupación real por mí.
“Qué decepción, tantas expectativas que tenía y al final no me dijo nada”, reflexiono, mientras espero un taxi que me lleve a casa.
Ya son casi las diez. Siento la tentación de ir a Mateo’s. Pero no, es lunes. Subo a un taxi y le indico cómo llevarme a mi departamento.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Extraño despertar

Abro los ojos. Sólo distingo manchas, luces y sombras, las cuales van cobrando forma hasta revelar el interior de Mateo’s de una forma en que nunca lo había visto: con la luz de la mañana. Llevo mis dedos hasta mis labios. Todavía siento en ellos la humedad de los labios de Lara.
Miro a mi alrededor. Estoy sentado en una de las sillas de la mesa de la esquina. No hay nadie, sólo está Mateo pasando su eterna franela por la barra. Estoy vestido con mi traje y mi corbata, y me siento extrañamente limpio, con un perfume que no recuerdo haberme puesto. Me pongo de pie, pero mis piernas no me sostienen y caigo desparramado en el suelo. Mateo acude en mi ayuda.
–Tuviste suerte.
–¿Por qué? –“¡Puedo hablar! Menos mal”.
–No, por nada. Tenés que tener más cuidado con lo que tomás. Te ayudo a llegar hasta el baño, así te refrescás un poco.
–¿Qué tomé?
Pero Mateo no contestó.
Había algo que no entendía. Si estaba sufriendo una resaca, ¿adónde estaba el dolor de cabeza?
Al llegar al baño, le digo a Mateo que a partir de ahí sigo solo, pues mis piernas ya recobraron su habilidad.
Me siento en el inodoro y comienzo a tratar de recordar lo ocurrido. Fue un sueño increíble, inducido por la bebida. Pero lo más extraño es que, por lo general, cuando tengo sueños eróticos me despierto antes del mejor momento, o bien me despierto con la ropa interior húmeda. Esta vez no había ocurrido ninguna de las dos cosas.
Tanteo el bolsillo de mi saco y me alegro al notar que allí está mi celular. Lo saco y lo uso para grabar el relato del sueño de la noche anterior, antes de que los detalles comiencen a desaparecer de mi memoria.

Al salir, pregunto a Mateo cuánto le debo.
–Me pagaste anoche, ¿no te acordás?
Realmente no. El último recuerdo real que tengo ahora es de un artículo en la revista Weekend sobre la pesca de truchas en los lagos del Sur. Sé que todo lo demás fueron alucinaciones.
Camino por las calles del microcentro en la mañana del sábado. La ciudad parece abandonada. Algo me molesta en mi hombro izquierdo, como un leve arañazo. Me quito el saco para ver qué es lo que me está molestando. Un prendedor, con forma de estrella de cinco puntas.
“Prefiero no saber de dónde salió”, me digo a mí mismo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Ritual y concepción

Te presento a mis hermanas –dice Lara, quien por suerte había vuelto a tener el aspecto de una mujer sexy.
–Embpdffszss –respondo, queriendo decir “encantado”.
Entre las seis me levantan del sofá y me llevan hasta otra habitación, iluminada por un centenar de velas y con una gran cama pentagonal en el centro. Me depositan en la cama, separando mis piernas y mis brazos.
Las seis brujas se suben también a la cama y comienzan a acariciar y besar cada rincón de mi cuerpo. No pudiendo hacer otra cosa, cierro los ojos y me dedico a disfrutar del ritual. “Hasta ahora viene todo bastante bien”, pienso. Una de las hermanas de Lara se concentra particularmente en la zona de mi entrepierna. Al darse cuenta, Lara la aparta con brusquedad.
–Eso no te corresponde –le dice.
“¿Por qué? ¿A quién le corresponde”, me pregunto, y la respuesta no tarda en revelarse. Abro los ojos al escuchar una campanada.
Se abre la puerta de la habitación y es atravesada por otra mujer, vestida con una túnica blanca. Al verla, las seis brujas se bajan de la cama, quedándose de pie, tres de cada lado. La dama de blanco parece algo más joven que las otras. Su pelo es de color castaño claro. Camina hasta el borde de la cama, quedándose de pie a mis pies y observándome con detenimiento.
–Te presento a Sara, nuestra hermana menor –me dice Lara, convirtiéndose en vocero del grupo. –Tu deber será satisfacerla e inseminarla.
Sara se quita la túnica, develando el cuerpo más perfecto y hermoso que jamás haya visto. En su pecho se destaca el tatuaje de una estrella de cinco puntas encerrada en un círculo.
Lara se acerca a mi oído para susurrarme una advertencia.
–Si fallás en cualquiera de tus dos deberes, te cortará el cuello –y se vuelve para mirar a una de sus hermanas, que sostiene en su mano un gran cuchillo, y a juzgar por su malévola sonrisa, parece querer que yo falle. No estoy seguro, pero creo que es la misma que un rato antes estaba concentrándose en mi virilidad.
–No te preocupes, lo vas a pasar bien –agrega Lara, acariciando mis mejillas con sus manos y besándome con ternura.
“Qué pena no haberla conocido en otras circunstancias, fácilmente podría enamorarme de ella”, reflexiono.
Sara se sube a la cama y se coloca encima de mí, para comenzar el coito. Al penetrarla, noto una leve resistencia que cede luego de un par de movimientos de la bruja. “Creo que dejó de ser virgen”, asumo, aunque lo bien que se mueve encima de mí contradice la suposición de que hasta ese momento era virgen.
Cierro los ojos y comienzo a llenar mi mente de imágenes desagradables, para demorar la eyaculación lo más posible; al fin y al cabo, mi vida depende de ello. “Hombres desnudos. Hombres viejos, gordos, desnudos y transpirados. Todos apretujados en un vagón del subte en hora pico. Yo entremedio de todos ellos”. Es una técnica drástica, pero nunca falla. En ocasiones, esta técnica fue tan efectiva como para causar el efecto inverso, quitándome la excitación. Pero por suerte, en este caso eso no era posible, con semejante diosa moviéndose encima de mí.
Los gemidos de Sara comienzan a elevar su intensidad, a la vez que su vaivén se hace más veloz. La sensualidad del sonido hace que las imágenes desagradables con que yo había llenado mi cerebro desaparezcan irremediablemente. Abro los ojos y veo a Sara arqueando su espalda, mirando hacia arriba, apretando con fuerza sus propios pechos. Comienzo a sentir la inminencia del orgasmo, y temo por mi vida. Quisiera poder asir su cuerpo con mis brazos para frenar sus ímpetus (y además para que mis manos también disfruten del acto), pero mis extremidades siguen paralizadas.
Los sonidos que emite Sara dejan de ser gemidos para transformarse en gritos desgarradores, y luego en aullidos. La escena se transforma en alucinación: Sara es ahora una loba, y las seis brujas son demonios danzantes en torno a hogueras que inflaman un cielo estrellado. Las imágenes comienzan a girar a mi alrededor, y siento que soy arrastrado por un remolino y caigo en un abismo. Entorno mis ojos y cierro los párpados, al tiempo que el orgasmo más intenso que jamás haya sentido estremece mi cuerpo desde la punta de los pies hasta la coronilla. Abro la boca para emitir un fuerte grito que se funde con los aullidos de la loba. “Creo que los vecinos no van a estar muy felices”, pienso.
Escucho quebrarse el último aullido de Sara, el cual se transforma en un gemido, y luego en un suspiro. Abro los ojos y la veo desvanecerse. Está por desplomarse sobre mí, pero dos de sus hermanas mayores lo evitan tomándola de los brazos. Las otras cuatro ayudan para llevarla hasta un sillón. La cubren con la túnica blanca y limpian su sudor con paños húmedos.
Una de ellas coloca su mano sobre el abdomen de Sara y cierra los ojos, quedándose quieta unos segundos, al cabo de los cuales mira a sus hermanas con alegría, asintiendo. Todas se ríen y festejan lo que yo supongo es el embarazo de su hermana menor.
“¿Qué habré engendrado? ¿El anticristo? ¿Un mesías? ¿Tal vez una nueva bruja o brujo?”
Lara camina hacia mí, con un gesto angelical.
–Lo hiciste bien. Ya podés descansar –dice mientras mira mi cuerpo desnudo y transpirado–. Tal vez podríamos hacer esto mismo en otro momento, solos vos y yo, sólo por diversión. ¿Qué te parece?
Pone sus manos en mis mejillas y me besa con amor. Mis párpados se cierran.

sábado, 25 de agosto de 2012

Conociendo el Coven

Caminamos unas cuadras desde el bar hasta un edificio antiguo del microcentro. Subimos por el ascensor hasta un departamento que ocupa todo el segundo piso. Lara abre la puerta y me invita a pasar. Luego de pasar por un vestíbulo entramos en una habitación sin ventanas, con paredes y techo de color bordó, muchos cuadros, muebles antiguos y una decoración (a mi inculto entender) claramente barroca.
Me siento en un sofá muy cómodo, y Lara me ofrece un trago.
–¿La misma bebida del bar? –pregunto.
–No, pero es algo parecido.
A diferencia del oscuro trago que habíamos tomado un rato antes, esta bebida tiene un color rojo rubí. El primer sorbo presenta el mismo sabor amargo, pero el efecto posterior es 100 veces más intenso. El sabor dulce que deja en la boca parece propagarse hasta el cerebro, desde donde comienza un recorrido por todo el sistema nervioso, estimulando a los cinco sentidos hasta dejarlos al borde del éxtasis.
–Guau –es todo lo que puedo decir.
–Te gusta, ¿verdad? Esperame acá dos minutos.
Lara salió por una puerta diferente a la que nos dio acceso a esa habitación. Traté de espiar más allá de esa puerta, pero sólo había oscuridad.
Miro el reloj. 9:30. “¿Qué habrá ido a hacer? ¿No debería irme ahora? ¿Y si es una asesina, o planea robarme mis órganos?” Tomo varios sorbos más del trago, y mis sentidos comienzan a vivir una fiesta. “Me quedo”.
Fueron más de dos minutos, pero valió la pena esperarlos. Lara vuelve vestida únicamente con una túnica de tul negro, semitransparente, debajo de la cual puede verse su escultural cuerpo desnudo. Mi corazón late desbocado.
Camina hasta mí, se me trepa encima y comienza a besarme con pasión. Sus brazos rodean mi cuello, y luego se deslizan por mis hombros hasta mi pecho. Con un único y ágil movimiento me quita la corbata y comienza a desabotonarme la camisa. Toma mi mano y la usa para acariciar su pecho. A través del tul alcanzo a sentir la suavidad de su piel y la firmeza de sus senos.
Me recuesto en el sofá mientras Lara termina de abrirme la camisa y comienza a besar mi pecho, luego mi abdomen. Cierro los ojos y comienzo a jadear, hasta que siento el ruido de la hebilla de mi cinturón. Necesito ver lo que está por suceder, así que abro los ojos y levanto la cabeza. La veo desabotonando mi pantalón y bajando el cierre.
Lara levanta la cabeza y me mira fijo con dos ojos de fuego, una sonrisa diabólica, una expresión perversa. De su boca asoma una lengua de serpiente. Toda la ternura que antes había en su mirada desapareció. Cierro fuertemente los párpados y los vuelvo a abrir, pero el demonio que se apoderó de ella sigue mirándome fijo. Intento apartarla de mí, pero mis brazos no me responden. Mi cuerpo está paralizado. Todos mis músculos son inútiles, a excepción de mi corazón que bombea torrentes de sangre.
Intento gritarle para que se aleje, pero todo lo que sale de mi boca es un balbuceo inentendible. Lara termina de desnudarme, y luego se aleja hasta la puerta. Al abrirla, entran cinco mujeres muy parecidas a Lara, de igual estatura, igual color de pelo, quizás con algunas diferencias de edad, todas vestidas con túnicas de tul negro sin nada debajo. “Qué buena fiesta sería si no estuvieran por sacrificarme”, pienso.

domingo, 27 de mayo de 2012

Invitación

Viernes, 20:45. Afuera ya es de noche. En la mesa hay cinco vasos de trago largo, vacíos. La bebida causó en mí los efectos positivos del alcohol y ninguno de sus efectos negativos. Me siento más audaz, más agudo, capaz de todo. No perdí la coordinación al hablar, no siento mareos, y estoy seguro de que en cuanto me levante podré caminar derecho, controlando a la perfección cada uno de mis movimientos.
La charla durante la última hora fue amena; yo le conté sobre mi trabajo, mis aficiones, mis sueños, mi historia. Ella me contó… en realidad no sé qué me contó. Habló, pero ahora no sé sobre qué.
–¿Qué planes tenés para hoy? –pregunto, tratando de iniciar el paso a la segunda fase.
–Planeo llevarte a mi casa.
Estaba preparado para cualquier respuesta menos para esa. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Me quedo mirando el rostro de Lara un segundo buscando con qué retrucar a esa última frase, aunque mis opciones convergen en una sola.
–Vamos entonces.
Saco mi billetera, pero Lara me indica que ya está todo pago. Lo miro a Mateo, como para confirmar eso. El barman sabe que nos estamos yendo pero no nos mira, sólo se concentra en dejar la barra reluciente con una franela, como tratando de evitar ser cómplice de alguna maldad.

martes, 15 de mayo de 2012

Encuentro en el bar

Viernes, 7:30 de la tarde. Como casi todos los viernes a esta hora, me encuentro apoyado contra la barra de Mateo’s, haciendo durar lo más posible un porrón de cerveza y tratando de leer algo que disperse de mi mente las preocupaciones laborales que me esperan el lunes próximo. En esta ocasión el material de lectura elegido es un ejemplar de la revista Weekend, que habla de la pesca de truchas en los lagos del Sur. El tema no me interesa en absoluto, pero el único objetivo de su lectura es relajarme y evitar que mi mente encuentre alguna preocupación en la cual concentrarse.
Este viernes tiene algo de particular. Algo dificulta mi relajación, una sensación de que algo ronda mi hombro izquierdo, como si fuera un insecto que lo revolotea y se posa en él ocasionalmente. Cada tanto, mi mano derecha realiza un movimiento instintivo para alejar al imaginario bicho, hasta que tomo consciencia de la molestia y volteo para ver qué es lo que la causa. Nada. Nada vivo a menos de tres metros de distancia. En la otra punta de la barra, una pareja charlando con susurros y arrumacos. En la mesa junto a la ventana, tres oficinistas riéndose a carcajadas de las anécdotas de la semana. En la mesa de la esquina una dama muy atractiva, veintitantos años, acompañada únicamente por un trago largo a medio tomar y un libro. Aprovecho para mirarla unos segundos, a ver si nuestras miradas se cruzan, pero su vista está fija en el libro. Parece estar tratando de memorizar algo, pues sus labios se mueven mientras habla para sí lo que sea que está leyendo. Vuelvo a apoyarme en la barra, a continuar con la intrascendente lectura de la revista.
La molestia en mi hombro toma nuevos bríos. De pronto deja de ser una molestia y se transforma en un dolor levemente punzante, como un pinchazo con un alfiler. Volteo inmediatamente para ver quién es el gracioso. Nadie. Pero antes de volver a concentrarme en mi cerveza y mi lectura, mi vista se cruza con la de la chica de la mesa en la esquina, quien ahora ya no lee su libro, y en cambio me mira fijamente. Su mirada es intensa, sus ojos un abismo negro, su expresión impávida. Me es imposible sostenerle la mirada, así que me vuelvo para apoyarme en la barra y mirar la revista, pero ya no puedo leer. Siento su mirada sobre mí. Tiemblo. Lo que antes era una molestia en mi hombro ahora pasó a ser un dolor semejante a una contractura. Llevo mi mano derecha hasta el hombro para tratar de quitarme la contractura, pero antes de que mis dedos toquen el hombro siento el efecto de un masaje. Unas manos delicadas e inexistentes aflojan mis músculos con suavidad, relajándome profundamente. No puedo evitar entrecerrar los ojos. El masaje dura unos pocos segundos, al cabo de los cuales desaparece todo rastro de dolor o molestia.
Vuelvo a mirar a la dama de la esquina, sospechando que tuvo algo que ver con ese fenómeno paranormal. Su vista sigue clavada en mí, pero ahora su expresión exhibe una sonrisa tierna. Le devuelvo la sonrisa, aunque con un dejo de perplejidad en mi expresión. Ella levanta el vaso, ahora vacío, y lo agita en el aire. Interpreto ese gesto como una invitación.
Con un gesto le indico a Mateo, el barman, que lleve otro trago igual a la chica de la esquina, a la vez que me pongo de pie, agarro mi cerveza y comienzo a caminar hacia su mesa.
–¿Puedo? –le digo como para romper el hielo.
Un movimiento apenas perceptible de su cabeza tiene para mí el significado de un sí, por lo cual tomo una silla y me siento frente a ella en la pequeña mesa redonda. Enseguida llega Mateo con la bebida de la dama.
–¿Tuviste algo que ver con eso? –pregunto.
–No sé de qué me hablás.
La observo cuidadosamente unos segundos. Está bien vestida y bien maquillada, como preparada para un evento de importancia. Lleva un vestido negro escotado que hace honor a su atractiva figura y un maquillaje facial que empalidece ligeramente su cara, resaltando el rojo de sus labios y el negro de sus cabellos. Pocos accesorios, pero elegantes y bien elegidos. Una sutil y sugestiva fragancia floral la rodea. Me llama particularmente la atención un prendedor que lleva en su vestido, con una estrella de cinco puntas.
“Está vestida así por alguna razón”, me digo a mí mismo. No sé si es por el efecto de la cerveza, o del cansancio previo al fin de semana, pero no puedo evitar que la pregunta que ronda en mi mente salga por mi boca.
–¿Cuánto cobrás?
Me responde en forma tajante, sin cambiar ni un ápice la expresión serena de su cara.
–Andate ya de mi mesa o le grito al barman para que te eche.
–¡N-no, no, no! Por favor, d-disculpame, no sé por qué lo dije. Es que no es normal encontrar chicas solas acá… Dejame empezar de nuevo. Eh… ¿Esperás a alguien?
–Ya no.
Suspiro aliviado. Me relajo, entendiendo que aceptó mi disculpa. Sin embargo, su respuesta me intriga. ¿“Ya no” significa que esperaba a alguien y se cansó de esperar, o que ahora que estoy yo acá no necesita esperar a nadie más?
–Hola, yo soy Diego –le extiendo la mano, y para mi felicidad, ella la acepta.
–Lara.
–Encantado. ¿Puedo preguntar qué estás tomando?
–Es un trago que solamente hacen en este bar. ¿Querés probarlo?
–Por qué no…
Tomo un sorbo de la bebida de color oscuro. Es fuerte, con un importante contenido alcohólico. Al principio llena mi boca de un sabor amargo que me provoca un ligero rechazo, pero al tragar el sabor se transforma en dulce, haciéndome desear un segundo sorbo. Lo tomo y lo retengo un poco más en mi boca, y mientras saboreo, dirijo las pupilas de mis ojos hacia arriba, tratando de recordar algún parecido con alguna bebida que haya tomado anteriormente. Alcanzo a descubrir un sabor a hierbas, pero me sigue resultando desconocida.
–No creo que logres adivinar lo que es –dice Lara, sonriendo.
Miro hacia la barra y le hago un gesto a Mateo para que me traiga un trago igual al de la dama. Mateo asiente, pero mientras comienza a preparar la bebida, agacha la cabeza y la mueve de un lado al otro, como expresando un fastidio cuyo motivo no logro dilucidar.
Un par de minutos después, se acerca a nuestra mesa para dejar el vaso y llevarse mi porrón de cerveza a medio tomar.
–Salud –le digo a Lara, invitándola a un brindis que acepta con agrado.

viernes, 4 de mayo de 2012

Introducción

El sol se acercaba al cenit en el cielo primaveral que cubría las laderas de la Sierra de Albarracín. Los caballos que arrastraban la carreta en la que viajaban la hechicera y el cura se detuvieron, ante el tirón de riendas del Padre Eustaquio. Delante de ellos se encontraba una bifurcación en el camino.
–¿Por qué nos detenemos? –preguntó Isabel.
Eustaquio respiró profundo antes de responder.
–Aquí es donde nuestros caminos se separan –le contestó sin atreverse a mirarla a los ojos–. Tú te llevarás la carreta. Conduce siempre hacia el Sur, y encontrarás el camino que te conducirá a Granada. Allí busca una tribu de gitanos liderada por un hombre llamado Dukkerin. No te será difícil hallarlo. Es una buena persona; hace años lo conocí durante su paso por Zaragoza. Curé a su hijo del mal que padecía, y juró que algún día me gratificaría por mi obra. Ese día llegó; dale esta carta, sé que en cuanto la lea te recibirá con alegría en su comunidad y cuidará bien de tí.
Eustaquio señaló el camino que partía del brazo izquierdo de la bifurcación.
–Yo seguiré a pié por este sendero –continuó–. En dos días de marcha llegaré a Teruel. No debes preocuparte por mí, estaré bien.
Samantha lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero sin apartar la vista de su rostro.
–¿Es realmente necesario? Siento que podríamos desafiar a los designios de los astros e intentar seguir juntos –dijo ella.
Eustaquio la miró esbozando una leve sonrisa de complacencia.
–No importan los designios de los astros, tu corazón sabe bien lo que pasará si seguimos juntos. Ellos nos encontrarán. Es nuestro deber separarnos.
–Lo entiendo –se lamentó Isabel, y no pudo evitar romper en llanto.
Eustaquio la abrazó, y sus ojos también se llenaron de lágrimas. Permanecieron abrazados y sollozando por un tiempo prolongado, hasta que Eustaquio la soltó.
–No debemos demorar más la partida –dijo él, y bajó de la carreta llevando consigo un par de bolsas, las cuales se echó al hombro. Isabel tomó las riendas, mientras Eustaquio, de pie al costado de la carreta, sostenía su mano.
–No importa dónde estemos, siempre estaremos juntos –dijo con un nudo en la garganta, producto de la tristeza.
–Lo sé –contestó ella, y con un golpe de rienda, sus caballos comenzaron a galopar.
Isabel miró fugazmente atrás, para guardar en su mente la imagen de Eustaquio con el brazo en alto, saludándola. Luego volvió la vista al camino. Tras unos minutos de marcha, cuando ya había perdido de vista a Eustaquio, bajó la vista hacia su vientre, acariciándolo suavemente.
–Serás un gran hombre –dijo para sí, y para el hijo que llevaba en sus entrañas.