sábado, 6 de octubre de 2012

Sueños y alucinaciones

Es casi medianoche. Ya cené, y estoy tirado en el sillón frente a la TV, mirando las noticias, solo en mi dos ambientes en noveno piso. Mis párpados comienzan a sentir el peso del cansancio de la jornada. Detrás del televisor veo las luces de la ciudad a través del ventanal y del balcón del departamento. Mis ojos están a punto de cerrarse, cuando una figura oscura desciende sobre el balcón. Abro los ojos sobresaltado, para descubrir que no hay figura oscura. Sólo mi imaginación. “Este sueño de las brujas me dejó mal. Si por lo menos el ‘Jaimo’ me hubiera dicho algo… pero no, no sólo no me ayudó, sino que me hizo pensar que todo eso de las brujas quizás haya sido real”.

Me acuesto en mi cama, activo el despertador y cierro los ojos. Paso un rato dando vueltas en la cama hasta que mi mente empieza a desvariar, anunciándome que estoy a punto de quedarme dormido. De pronto estoy en Mateo’s. Lara está allí, mirándome con una sonrisa enmarcada en un rostro angelical. Había olvidado su hermoso rostro, y me siento feliz de verlo nuevamente. “Estoy enamorado”, pienso. Pasa sus manos con ternura por su vientre hinchado. “Es tuyo”, la escucho decir, pero sus labios ni siquiera se mueven. Miro a un costado y allí está Sara. Su pelo ahora es negro y cubre completamente su cara, pero sé que es ella por que recuerdo la túnica blanca. Trae un bebé en sus brazos. Me vuelvo hacia Lara, y ahora su rostro es el del demonio que vi en la habitación con decoración barroca. También había olvidado este rostro, pero en este caso no me siento feliz de recordarlo. Con sus dos manos convertidas en garras araña mis mejillas, causándome un gran dolor. Mi propio grito me despierta violentamente. Mis mejillas arden.
Voy rápidamente al baño a mirarme en el espejo. Mi cara exhibe cinco arañazos rojos en cada mejilla. Con agua fría intento aliviar el dolor y desenrojecer mi cara. “¿Cómo pude arañarme de esta forma?”. Cuando miro más de cerca, noto que en cada mejilla, una de las marcas es más corta, como si hubiera sido hecha con un pulgar. Esta marca está por encima de las otras.
Llevo mis manos a mi cara para imitar el movimiento que hubiera hecho para hacerme yo mismo los arañazos. Si lo hubiera hecho yo, las marcas de los pulgares estarían debajo de las otras. “Debo estar enloqueciendo”.
Vuelvo a la cama, pero no logro dormirme. El recuerdo de este último sueño no desaparece, a diferencia del sueño del viernes pasado; tampoco desaparece el dolor en mis mejillas. Las dos caras de Lara siguen fijas en mi memoria. De todos modos, grabo el relato del sueño en mi celular para poder contárselo a Jaimo. Claro que este relato es mucho más corto, menos detallado, y no me hace falta ser psicólogo para comprender que en él no hay mucha “información”.

Martes, 6:30 de la mañana. Suena el despertador. Al mirarme en el espejo para afeitarme, descubro con alivio que no hay marcas en mi rostro. El problema es que ya no sé qué parte de lo ocurrido la noche anterior fue real y qué parte fue sueño.