domingo, 27 de mayo de 2012

Invitación

Viernes, 20:45. Afuera ya es de noche. En la mesa hay cinco vasos de trago largo, vacíos. La bebida causó en mí los efectos positivos del alcohol y ninguno de sus efectos negativos. Me siento más audaz, más agudo, capaz de todo. No perdí la coordinación al hablar, no siento mareos, y estoy seguro de que en cuanto me levante podré caminar derecho, controlando a la perfección cada uno de mis movimientos.
La charla durante la última hora fue amena; yo le conté sobre mi trabajo, mis aficiones, mis sueños, mi historia. Ella me contó… en realidad no sé qué me contó. Habló, pero ahora no sé sobre qué.
–¿Qué planes tenés para hoy? –pregunto, tratando de iniciar el paso a la segunda fase.
–Planeo llevarte a mi casa.
Estaba preparado para cualquier respuesta menos para esa. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Me quedo mirando el rostro de Lara un segundo buscando con qué retrucar a esa última frase, aunque mis opciones convergen en una sola.
–Vamos entonces.
Saco mi billetera, pero Lara me indica que ya está todo pago. Lo miro a Mateo, como para confirmar eso. El barman sabe que nos estamos yendo pero no nos mira, sólo se concentra en dejar la barra reluciente con una franela, como tratando de evitar ser cómplice de alguna maldad.

martes, 15 de mayo de 2012

Encuentro en el bar

Viernes, 7:30 de la tarde. Como casi todos los viernes a esta hora, me encuentro apoyado contra la barra de Mateo’s, haciendo durar lo más posible un porrón de cerveza y tratando de leer algo que disperse de mi mente las preocupaciones laborales que me esperan el lunes próximo. En esta ocasión el material de lectura elegido es un ejemplar de la revista Weekend, que habla de la pesca de truchas en los lagos del Sur. El tema no me interesa en absoluto, pero el único objetivo de su lectura es relajarme y evitar que mi mente encuentre alguna preocupación en la cual concentrarse.
Este viernes tiene algo de particular. Algo dificulta mi relajación, una sensación de que algo ronda mi hombro izquierdo, como si fuera un insecto que lo revolotea y se posa en él ocasionalmente. Cada tanto, mi mano derecha realiza un movimiento instintivo para alejar al imaginario bicho, hasta que tomo consciencia de la molestia y volteo para ver qué es lo que la causa. Nada. Nada vivo a menos de tres metros de distancia. En la otra punta de la barra, una pareja charlando con susurros y arrumacos. En la mesa junto a la ventana, tres oficinistas riéndose a carcajadas de las anécdotas de la semana. En la mesa de la esquina una dama muy atractiva, veintitantos años, acompañada únicamente por un trago largo a medio tomar y un libro. Aprovecho para mirarla unos segundos, a ver si nuestras miradas se cruzan, pero su vista está fija en el libro. Parece estar tratando de memorizar algo, pues sus labios se mueven mientras habla para sí lo que sea que está leyendo. Vuelvo a apoyarme en la barra, a continuar con la intrascendente lectura de la revista.
La molestia en mi hombro toma nuevos bríos. De pronto deja de ser una molestia y se transforma en un dolor levemente punzante, como un pinchazo con un alfiler. Volteo inmediatamente para ver quién es el gracioso. Nadie. Pero antes de volver a concentrarme en mi cerveza y mi lectura, mi vista se cruza con la de la chica de la mesa en la esquina, quien ahora ya no lee su libro, y en cambio me mira fijamente. Su mirada es intensa, sus ojos un abismo negro, su expresión impávida. Me es imposible sostenerle la mirada, así que me vuelvo para apoyarme en la barra y mirar la revista, pero ya no puedo leer. Siento su mirada sobre mí. Tiemblo. Lo que antes era una molestia en mi hombro ahora pasó a ser un dolor semejante a una contractura. Llevo mi mano derecha hasta el hombro para tratar de quitarme la contractura, pero antes de que mis dedos toquen el hombro siento el efecto de un masaje. Unas manos delicadas e inexistentes aflojan mis músculos con suavidad, relajándome profundamente. No puedo evitar entrecerrar los ojos. El masaje dura unos pocos segundos, al cabo de los cuales desaparece todo rastro de dolor o molestia.
Vuelvo a mirar a la dama de la esquina, sospechando que tuvo algo que ver con ese fenómeno paranormal. Su vista sigue clavada en mí, pero ahora su expresión exhibe una sonrisa tierna. Le devuelvo la sonrisa, aunque con un dejo de perplejidad en mi expresión. Ella levanta el vaso, ahora vacío, y lo agita en el aire. Interpreto ese gesto como una invitación.
Con un gesto le indico a Mateo, el barman, que lleve otro trago igual a la chica de la esquina, a la vez que me pongo de pie, agarro mi cerveza y comienzo a caminar hacia su mesa.
–¿Puedo? –le digo como para romper el hielo.
Un movimiento apenas perceptible de su cabeza tiene para mí el significado de un sí, por lo cual tomo una silla y me siento frente a ella en la pequeña mesa redonda. Enseguida llega Mateo con la bebida de la dama.
–¿Tuviste algo que ver con eso? –pregunto.
–No sé de qué me hablás.
La observo cuidadosamente unos segundos. Está bien vestida y bien maquillada, como preparada para un evento de importancia. Lleva un vestido negro escotado que hace honor a su atractiva figura y un maquillaje facial que empalidece ligeramente su cara, resaltando el rojo de sus labios y el negro de sus cabellos. Pocos accesorios, pero elegantes y bien elegidos. Una sutil y sugestiva fragancia floral la rodea. Me llama particularmente la atención un prendedor que lleva en su vestido, con una estrella de cinco puntas.
“Está vestida así por alguna razón”, me digo a mí mismo. No sé si es por el efecto de la cerveza, o del cansancio previo al fin de semana, pero no puedo evitar que la pregunta que ronda en mi mente salga por mi boca.
–¿Cuánto cobrás?
Me responde en forma tajante, sin cambiar ni un ápice la expresión serena de su cara.
–Andate ya de mi mesa o le grito al barman para que te eche.
–¡N-no, no, no! Por favor, d-disculpame, no sé por qué lo dije. Es que no es normal encontrar chicas solas acá… Dejame empezar de nuevo. Eh… ¿Esperás a alguien?
–Ya no.
Suspiro aliviado. Me relajo, entendiendo que aceptó mi disculpa. Sin embargo, su respuesta me intriga. ¿“Ya no” significa que esperaba a alguien y se cansó de esperar, o que ahora que estoy yo acá no necesita esperar a nadie más?
–Hola, yo soy Diego –le extiendo la mano, y para mi felicidad, ella la acepta.
–Lara.
–Encantado. ¿Puedo preguntar qué estás tomando?
–Es un trago que solamente hacen en este bar. ¿Querés probarlo?
–Por qué no…
Tomo un sorbo de la bebida de color oscuro. Es fuerte, con un importante contenido alcohólico. Al principio llena mi boca de un sabor amargo que me provoca un ligero rechazo, pero al tragar el sabor se transforma en dulce, haciéndome desear un segundo sorbo. Lo tomo y lo retengo un poco más en mi boca, y mientras saboreo, dirijo las pupilas de mis ojos hacia arriba, tratando de recordar algún parecido con alguna bebida que haya tomado anteriormente. Alcanzo a descubrir un sabor a hierbas, pero me sigue resultando desconocida.
–No creo que logres adivinar lo que es –dice Lara, sonriendo.
Miro hacia la barra y le hago un gesto a Mateo para que me traiga un trago igual al de la dama. Mateo asiente, pero mientras comienza a preparar la bebida, agacha la cabeza y la mueve de un lado al otro, como expresando un fastidio cuyo motivo no logro dilucidar.
Un par de minutos después, se acerca a nuestra mesa para dejar el vaso y llevarse mi porrón de cerveza a medio tomar.
–Salud –le digo a Lara, invitándola a un brindis que acepta con agrado.

viernes, 4 de mayo de 2012

Introducción

El sol se acercaba al cenit en el cielo primaveral que cubría las laderas de la Sierra de Albarracín. Los caballos que arrastraban la carreta en la que viajaban la hechicera y el cura se detuvieron, ante el tirón de riendas del Padre Eustaquio. Delante de ellos se encontraba una bifurcación en el camino.
–¿Por qué nos detenemos? –preguntó Isabel.
Eustaquio respiró profundo antes de responder.
–Aquí es donde nuestros caminos se separan –le contestó sin atreverse a mirarla a los ojos–. Tú te llevarás la carreta. Conduce siempre hacia el Sur, y encontrarás el camino que te conducirá a Granada. Allí busca una tribu de gitanos liderada por un hombre llamado Dukkerin. No te será difícil hallarlo. Es una buena persona; hace años lo conocí durante su paso por Zaragoza. Curé a su hijo del mal que padecía, y juró que algún día me gratificaría por mi obra. Ese día llegó; dale esta carta, sé que en cuanto la lea te recibirá con alegría en su comunidad y cuidará bien de tí.
Eustaquio señaló el camino que partía del brazo izquierdo de la bifurcación.
–Yo seguiré a pié por este sendero –continuó–. En dos días de marcha llegaré a Teruel. No debes preocuparte por mí, estaré bien.
Samantha lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero sin apartar la vista de su rostro.
–¿Es realmente necesario? Siento que podríamos desafiar a los designios de los astros e intentar seguir juntos –dijo ella.
Eustaquio la miró esbozando una leve sonrisa de complacencia.
–No importan los designios de los astros, tu corazón sabe bien lo que pasará si seguimos juntos. Ellos nos encontrarán. Es nuestro deber separarnos.
–Lo entiendo –se lamentó Isabel, y no pudo evitar romper en llanto.
Eustaquio la abrazó, y sus ojos también se llenaron de lágrimas. Permanecieron abrazados y sollozando por un tiempo prolongado, hasta que Eustaquio la soltó.
–No debemos demorar más la partida –dijo él, y bajó de la carreta llevando consigo un par de bolsas, las cuales se echó al hombro. Isabel tomó las riendas, mientras Eustaquio, de pie al costado de la carreta, sostenía su mano.
–No importa dónde estemos, siempre estaremos juntos –dijo con un nudo en la garganta, producto de la tristeza.
–Lo sé –contestó ella, y con un golpe de rienda, sus caballos comenzaron a galopar.
Isabel miró fugazmente atrás, para guardar en su mente la imagen de Eustaquio con el brazo en alto, saludándola. Luego volvió la vista al camino. Tras unos minutos de marcha, cuando ya había perdido de vista a Eustaquio, bajó la vista hacia su vientre, acariciándolo suavemente.
–Serás un gran hombre –dijo para sí, y para el hijo que llevaba en sus entrañas.