sábado, 25 de agosto de 2012

Conociendo el Coven

Caminamos unas cuadras desde el bar hasta un edificio antiguo del microcentro. Subimos por el ascensor hasta un departamento que ocupa todo el segundo piso. Lara abre la puerta y me invita a pasar. Luego de pasar por un vestíbulo entramos en una habitación sin ventanas, con paredes y techo de color bordó, muchos cuadros, muebles antiguos y una decoración (a mi inculto entender) claramente barroca.
Me siento en un sofá muy cómodo, y Lara me ofrece un trago.
–¿La misma bebida del bar? –pregunto.
–No, pero es algo parecido.
A diferencia del oscuro trago que habíamos tomado un rato antes, esta bebida tiene un color rojo rubí. El primer sorbo presenta el mismo sabor amargo, pero el efecto posterior es 100 veces más intenso. El sabor dulce que deja en la boca parece propagarse hasta el cerebro, desde donde comienza un recorrido por todo el sistema nervioso, estimulando a los cinco sentidos hasta dejarlos al borde del éxtasis.
–Guau –es todo lo que puedo decir.
–Te gusta, ¿verdad? Esperame acá dos minutos.
Lara salió por una puerta diferente a la que nos dio acceso a esa habitación. Traté de espiar más allá de esa puerta, pero sólo había oscuridad.
Miro el reloj. 9:30. “¿Qué habrá ido a hacer? ¿No debería irme ahora? ¿Y si es una asesina, o planea robarme mis órganos?” Tomo varios sorbos más del trago, y mis sentidos comienzan a vivir una fiesta. “Me quedo”.
Fueron más de dos minutos, pero valió la pena esperarlos. Lara vuelve vestida únicamente con una túnica de tul negro, semitransparente, debajo de la cual puede verse su escultural cuerpo desnudo. Mi corazón late desbocado.
Camina hasta mí, se me trepa encima y comienza a besarme con pasión. Sus brazos rodean mi cuello, y luego se deslizan por mis hombros hasta mi pecho. Con un único y ágil movimiento me quita la corbata y comienza a desabotonarme la camisa. Toma mi mano y la usa para acariciar su pecho. A través del tul alcanzo a sentir la suavidad de su piel y la firmeza de sus senos.
Me recuesto en el sofá mientras Lara termina de abrirme la camisa y comienza a besar mi pecho, luego mi abdomen. Cierro los ojos y comienzo a jadear, hasta que siento el ruido de la hebilla de mi cinturón. Necesito ver lo que está por suceder, así que abro los ojos y levanto la cabeza. La veo desabotonando mi pantalón y bajando el cierre.
Lara levanta la cabeza y me mira fijo con dos ojos de fuego, una sonrisa diabólica, una expresión perversa. De su boca asoma una lengua de serpiente. Toda la ternura que antes había en su mirada desapareció. Cierro fuertemente los párpados y los vuelvo a abrir, pero el demonio que se apoderó de ella sigue mirándome fijo. Intento apartarla de mí, pero mis brazos no me responden. Mi cuerpo está paralizado. Todos mis músculos son inútiles, a excepción de mi corazón que bombea torrentes de sangre.
Intento gritarle para que se aleje, pero todo lo que sale de mi boca es un balbuceo inentendible. Lara termina de desnudarme, y luego se aleja hasta la puerta. Al abrirla, entran cinco mujeres muy parecidas a Lara, de igual estatura, igual color de pelo, quizás con algunas diferencias de edad, todas vestidas con túnicas de tul negro sin nada debajo. “Qué buena fiesta sería si no estuvieran por sacrificarme”, pienso.