martes, 19 de febrero de 2013

Árbol genealógico

Miércoles al mediodía. Otra vez en la sala de espera del consultorio de Jaimovich. Se abre la puerta del consultorio y el Jaimo me hace pasar, con una cara sonriente como si me hubiera invitado para una charla de amigos. Pero no está solo. Lo acompaña un hombre de edad avanzada y aspecto misterioso. Traje negro, larga barba entrecana, anteojos con marco metálico redondo… parece como si el Jaimo lo hubiera resucitado a Freud y lo tuviera de asesor para sus sesiones. El aspecto académico y conservador del profesor contrasta con su perfume; una colonia masculina de alguna marca de moda, de esas que se compran en los free-shops. Resulta evidente que el hombre aprovechó la pasada por el aeropuerto para abastecerse de perfume.
–Te presento al profesor Heidrich –dice Jaimovich–. El profesor es titular de una cátedra de teología en Munich, y además un gran experto en estudios filosóficos y teológicos.
Al escuchar ese nombre recuerdo la charla telefónica del día anterior. Hasta ese momento había olvidado el delito de mi psicólogo, pero ahora lo recuerdo, y mi enojo vuelve manifestándose claramente a través de la expresión de mi cara.
–Encantado de conocerlo –dice Heidrich, extendiendo su mano.
Acepto el saludo, pero mantengo mi expresión y no contesto.
–Sentémonos, por favor –se apura a decir Jaimovich, tratando de aliviar la tensión que se está generando–. Diego, comprendo tu enojo y te pido disculpas otra vez, pero te aseguro que el motivo que tuve para compartir con el profesor cierta información de tu última sesión está más que justificado. Ya lo vas a comprobar vos mismo. Por otra parte, esta no va a ser exactamente una sesión de terapia. La idea de esta reunión es más bien ponerte al tanto de la investigación que él está llevando a cabo, puesto que puede estar relacionada con lo que me contaste en la última sesión. Por otra parte, el profesor está interesado en hacerte unas preguntas para obtener alguna información adicional sobre lo que te ocurrió, ¿no es así, profesor?
–Efectivamente –completó Heidrich.
Miro alternativamente los rostros de ambos, tratando de decidir si debo continuar ahí sentado o si sería correcto saludarlos amablemente y volver a mi trabajo. Jaimovich me ofrece algo para tomar; otro gesto completamente inusual del psicólogo, que parece haber adivinado mis pensamientos y trata de convencerme para que me quede. Le acepto un café, tras lo cual el Jaimo se traslada hasta la diminuta cocina de su consultorio a servirlo.
–Permítame una pregunta –comienzo a decir al profesor, como para tomar las riendas de la conversación–. ¿Usted vino a Buenos Aires especialmente para hablar conmigo?
El profesor esboza una sonrisa comprensiva mientras se quita los anteojos y se frota los ojos, evidenciando el cansancio posterior a un largo viaje.
–Ya tenía viaje planeado a Buenos Aires para futuro, pero lo que Jaimovich contó a mí hizo que apurar mis planes. Quise venir cuanto antes.
Vuelve el psicólogo con mi taza de café y se mete en la conversación.
–Diego, sabemos que tenés que volver a tu trabajo, así que si no te molesta, quisiéramos empezar con las preguntas.
–Adelante.
–Bien –arranca Jaimovich–. Desde nuestra última sesión, ¿tuviste algún otro sueño, o algún hecho extraño que nos quieras contar?
Dirijo mis pupilas hacia arriba para explorar mi memoria, y recuerdo el sueño de la noche anterior, y la grabación. Les relato lo que recuerdo del sueño y les hago escuchar la grabación. Luego de escuchar atentamente, Heidrich le habla a Jaimovich en un idioma que no reconozco; imagino que puede ser hebreo. Podría tomar eso como un intento para dejarme fuera de la conversación, pero asumo que a Hedirich le resulta difícil decir lo que quiere en español, y por eso se lo dice a Jaimo en su idioma para que él traduzca.
–No pongo en duda que esto fue un sueño –explica el psicólogo–, pero quizás un sueño inducido por algún hecho externo. ¿Algo más que te haya ocurrido anoche?
La figura en el balcón.
–Sí, ahora que lo menciona, yo estaba mirando la TV en mi sillón, y cuando casi me estaba quedando dormido, me pareció ver una figura oscura descendiendo en el balcón de mi departamento. Eso me asustó un poco, así que abrí bien los ojos, pero entonces había desaparecido.
Los dos hombres se miran callados, como si conversaran por telepatía. Luego procede Jaimovich:
–Es probable que te estén vigilando, o cuidando. Una de dos.
Frunzo el ceño y lo miro unos segundos.
–¿Quiénes? ¿Por qué?
–Ya te vamos a explicar, pero antes, quisiera que me digas cuánto sabés de tu árbol genealógico, de tus antepasados.
–A ver, no mucho… –llevo mis manos al mentón en posición de pensar– Sé que mis abuelos paternos vivían en España, y vinieron a la Argentina en el 1900 y pico, como la mayoría de los inmigrantes españoles. Después, por el lado de mi madre, sé que es de familia griega. Su apellido es Costa, pero originalmente era con “k”, y cuando vinieron al país le cambiaron la “k” por una “c”. Pero mucho más que eso no sé. Realmente nunca me interesé por aprender sobre mis antepasados.
–Es una lástima, uno puede aprender mucho sobre sí mismo examinando sus raíces. ¿Tenés forma de conseguir algo más de información, por ejemplo, pidiéndole a tus padres?
–Bueno, a mis padres no los veo mucho, usted sabe, ellos son del interior. Pero si es importante, podría llamarlos a ver si me pueden ayudar en algo.
Heidrich lo mira a Jaimovich asintiendo con la cabeza.
–Sí, hacelo, creemos que es importante –concluye el psicólogo.
–Está bien, pero ¿qué es lo que les tendría que pedir, exactamente?
–Todos los datos que puedas sobre las familias de tus abuelos paternos y maternos. Nombres, ciudades natales, biografía, todo lo que puedas.
–Está bien, lo voy a hacer. Y entonces, ¿ahora sí podrían darme algunas explicaciones?
–No sé –dice Jaimovich–, se hizo bastante tarde, ¿no deberías volver a tu trabajo?
–No tiene importancia, ya se me va a ocurrir alguna excusa para el retraso. Prefiero quedarme un rato más y que me expliquen qué está pasando.
–Bien –Jaimovich toma aire para empezar la explicación–. A grandes rasgos, suponemos que un grupo de brujas cree que sos el elegido para cumplir una antigua profecía pagana.
Lo miro asombrado.
–Caramba… ¿qué profecía?