jueves, 16 de octubre de 2014

Canción gitana

Pareciera que no sos el mismo –dijo Lara con una gran sonrisa en cuanto me senté frente a ella, luego de saludarla con un largo beso. Le devolví la sonrisa.

El bar estaba igual que la primera vez que me encontré con ella. Unos pocos parroquianos, semipenumbra, silencio, Mateo sacando lustre a la barra con su eterna franela.

–No, claro que no lo soy –le contesté–. Siento como si hubiera nacido de nuevo.

Lara arqueó las cejas mientras sonreía, en un gesto de admiración.

–¿Cuáles son tus planes, de ahora en más? –preguntó.

Me puse serio antes de contestar.

–Una de las cosas que quisiera hacer, si vos y tus hermanas me lo permiten, es asumir mis responsabilidades como padre.

Noté que a Lara le sorprendió mi respuesta, a juzgar por la expresión con la que se quedó mirándome.

–¿No esperabas esa respuesta? –le pregunté.
–En verdad no. Pensé que sería difícil convencerte para que asumieras tu rol de padre. Al fin y al cabo, no fue tu decisión, nosotras te obligamos.
–No fue mi decisión, pero sí era mi destino.
–¡Cuánta sabiduría! –rió Lara–. Contame qué pasó el fin de semana, quiero saber cómo te convertiste en filósofo.

Le conté lo más detalladamente que pude los hechos del fin de semana, incluyendo la revelación que tuve sobre mi ascendencia, el milagro que había obrado con Bobi, las habilidades que desarrollé sin querer, etc.

–Por lo visto, la profecía no se equivocaba –dijo luego de escucharme con atención.
–¿Podrías contarme qué dice exactamente esa profecía? ¿Está escrita en algún lado donde la pueda leer?
–No está escrita. Es decir, a través del tiempo han aparecido algunas versiones escritas por investigadores que intentaron interpretarla, pero sólo generan confusión. No conviene leerlas. En realidad, la profecía está en las estrofas de unas canciones.
–¿Canciones?
–Sí. Varias canciones que me enseñaron cuando era apenas una nena. Mis hermanas también las saben, y mi mamá, sus hermanas, mi abuela, y todas las generaciones anteriores hasta las mismas hijas de Samanta. Las escribió una gitana vidente de la tribu en la que se refugió Samanta cuando huía de la inquisición. Las escribió antes de que ella llegase, así que predice incluso su llegada a la tribu. Esta gitana pensó que escribir las profecías como canciones serviría para que se transmitieran intactas de generación en generación, y no se equivocó.
–Bueno, y ¿qué dicen las canciones?
–Están en Romaní, no las entenderías.
–¿En qué?
–Romaní, la lengua gitana.
–¿Pero vos las entendés o sólo las repetís de memoria?
–Las entiendo.
–Entonces podés traducírmelas…
Lara resopló fingiendo fastidio, pero aceptó mi solicitud.
–No es fácil –dijo luego de repasar mentalmente la letra de la canción–. Aparte son muy largas. Pero puedo intentar recitarte algunas estrofas en castellano. A ver… esta te va a gustar.
Lara tomó aire y comenzó a cantar en voz baja una tonada que tenía aires de música flamenca.

Siete flores atraparán
a un descuidado picaflor.
Una de ellas se impregnará
con el néctar de su espolón.

No pude evitar reírme un poco.

–Esta gitana además era poeta –comenté cuando se me pasó la risa–. Es muy gráfico, y casi te diría que hasta un poco pornográfico.

Lara tampoco pudo contener la risa al escuchar mi comentario. Un par de los escasos clientes del bar voltearon para vernos, dado que nuestras risas habían interrumpido la serenidad del lugar. Comenzamos a hablar más bajo, evidenciando una leve vergüenza. Luego de unos segundos, Lara se puso seria.

–No te lo tomes a la risa, es un asunto serio –me reprendió.
–No, no. Ya lo sé, ya lo sé. Perdón. Pero más allá del hecho llamativo de que una gitana que vivió hace como quinientos años se haya referido específicamente a mí como un “descuidado picaflor”, lo que me interesa es saber qué me depara el futuro.
–Eso es lo que quiere todo el mundo, y gracias eso vivimos las brujas –bromeó Lara–. Pero el problema de esta profecía es que utiliza metáforas para todo, como una forma de ocultar el mensaje. Igual que lo que hizo Nostradamus. Fijate que el significado preciso de cada estrofa se entiende recién después de ocurrido el hecho al que hace referencia. Por ejemplo, si hubieras escuchado lo de las flores y el picaflor hace un tiempo, ¿hubieras entendido lo que iba a pasar?

Hizo una pausa mientras me miraba a los ojos, pensativa, y luego continuó.

–Ahora que pienso, hay una estrofa que está especialmente pensada para vos. Dice así:

El picaflor deberá escuchar
las estrofas de esta canción
pero no con sus oídos
sino con su corazón.

–Mmmm… eso me hace acordar al Principito –bromeé.
–¿El principito? –preguntó Lara.
–¡No me digas que no lo conocés! Es un libro famosísimo. Antoine de Saint Exupéry. ¿No? ¿De verdad ?
–De verdad. ¡Perdoname la vida por no conocerlo!
–No, está bien, disculpame vos. Pero no cambiemos de tema, seguí cantándome esa canción profética.

Lara continuó recitando versos de la canción de la gitana, pero yo no les encontraba sentido. Había algunos en donde se volvía a mencionar al picaflor. Me los repitió varias veces, pero por más esfuerzos que hacía, no lograba relacionarlos con ningún hecho o cosa concreta.

–No hay caso, aunque me haga acordar del Principito, no sé a qué se refiere con eso de “escuchar con el corazón” –dije al cabo de un rato.
–Tal vez yo pueda ayudarte –dijo Lara tomándome de las manos–. Voy a repetir varias veces estos versos. Vos mirame a los ojos y poné la mente en blanco, sin prestar atención a las palabras.

Le hice caso. La miré fijo a sus intensos ojos negros, mientras ella cantaba.

El picaflor deberá aprender
a volar entre lenguas de fuego.
Entonces sabrá sortear
los obstáculos del destino.

Enseguida comencé a sentir que los ojos de Lara eran dos remolinos que me atraían inevitablemente, llevándome hasta lo más profundo de su alma. La voz que llegaba a mis oídos ya no era la suya; era la de una anciana, y el idioma ya no era el castellano. Supuse que era Romaní, y que la anciana que cantaba era la gitana que escribió la canción.

Los versos dejaron de llegarme en forma de sonido; ahora eran imágenes. Por unos segundos pude ver a un picaflor volando entre llamas. Enseguida ese picaflor se transformó en una persona. Era yo mismo, caminando por un pasillo lleno de humo. Al final del pasillo había una puerta. Un brillo rojizo escapaba por las rendijas, señal de que detrás de la puerta había fuego.

La falta de oxígeno no parecía afectarme. Caminé hasta la puerta y la abrí. El humo y el calor me golpearon con fuerza. Ninguna persona podría entrar en esa habitación y salir por sus propios medios, pero yo entré ignorando esa verdad. Las llamas estaban ya extinguiéndose. En el piso había varios cuerpos. No podía ver sus rostros, sólo distinguí formas humanas. Me acerqué a cada uno de ellos; aún estaban con vida, pero desvanecidos. Los alcé y los llevé al exterior, uno por uno, hasta que todos estuvieron a salvo.

Entre el humo de la habitación apareció una gran bola de fuego suspendida en el aire, que descendía lentamente en dirección al suelo. El humo se dispersó y la luz de la bola de fuego iluminó una de las paredes, que estaba escrita con inscripciones y dibujos incomprensibles; al menos para mí. Uno de los dibujos (que a priori parecía una casa, o alguna clase de edificio) salió de la pared y adquirió forma humana. No, no era forma humana. Era una sombra con la silueta de una bestia o un demonio, o quizás de “el” demonio. La sombra creció hasta abarcarlo todo.

Los remolinos que antes me habían tragado, ahora me expulsaron violentamente fuera de esa visión, de regreso a mi silla frente a Lara. Estaba bañado en sudor, temblando y respirando agitadamente. Lara había dejado de recitar.

jueves, 27 de marzo de 2014

Jaimóvich, mi nuevo amigo

Por la noche acudí a mi cita habitual de los lunes con Jaimovich. Fui decidido a despedirme de él, de la misma forma en que me había despedido de mi trabajo y de mis compañeros, ya que no necesitaría más de sus servicios. Claro que, antes de decirle adiós, pensaba ponerlo al tanto de lo ocurrido desde el viernes último, dado el interés personal que él había demostrado con respecto a mi situación y a mis problemas. Sin embargo, en lugar de despedirme de él, terminé dándole un lugar aún más importante en esta nueva etapa de mi vida.

Cuando terminé de contarle sobre los hechos del fin de semana, me miró con una sonrisa emocionada.

–Me alegro mucho por vos –dijo, mientras apoyaba su mano sobre mi hombro.

Luego se quitó los anteojos y comenzó a limpiarlos con una franela, mientras elegía sus próximas frases. Continuó:

–Diego, entiendo que no vas a necesitar más de la terapia, ya que, por lo que me contás, vos mismo podés ver lo que pasa por tu subconsciente con mucha más claridad de lo que yo lo puedo hacer con las técnicas que me enseñaron en la universidad. Sin embargo, me gustaría que nos siguiéramos viendo, aunque no como profesional y paciente, sino más bien como amigos.

Hizo una pausa para colocarse nuevamente los anteojos, tras lo cual me miró fijamente a los ojos y continuó hablando con un tono más grave.

–Quizás aún no hayas tomado conciencia de esto, pero, Diego, lo que vos estás logrando en estos días es algo que la mayoría de la gente no logra en toda su vida: descubrir cuál es tu propósito en la vida. Sin embargo, eso tal vez te signifique más una carga que una bendición. Pensá que aquella noche, con las brujas, iniciaste una transformación para vos mismo y tal vez para el mundo entero.

Me tomó con fuerza de los dos hombros, sacudiéndome casi como si quisiera reanimarme luego de un desmayo, y prosiguió.

–Lo que quiero explicarte, Diego, es que esa noche generaste una gran responsabilidad para vos mismo. Contribuiste a concebir a una persona que podría cambiar el destino de toda la humanidad. Como padre de esa criatura en gestación, tendrás la obligación de cuidarlo como un tesoro. Cuando nazca, deberás criarlo y conducirlo por la vida por la senda correcta. Supongo que no te va a ser fácil, y es por eso que yo quiero, de la forma que pueda, ayudarte en esa tarea.

El Jaimo tuvo razón en algo: aún no había tomado conciencia de ello. Me lo quedé mirando un rato mientras procesaba toda esa nueva información. Hasta ese momento, pensaba que el hijo que había ayudado a concebir habría de ser únicamente responsabilidad de las brujas; al fin y al cabo, ellas me habían obligado a hacerlo. Pero ahora estaba todo más claro.

El psicólogo miró su reloj. Llevábamos ya una hora y media hablando.

–Diego, me gustaría que siguiéramos hablando de esto –dijo–, pero no aquí, en el consultorio. Venite un día a mi casa; acá te anoto la dirección –me entregó un papel escrito con letra de médico en el que figuraba la dirección de su domicilio particular–. Vení cuando quieras, nada más avisame antes así te espero.

Al salir del consultorio de mi ex psicólogo me encontré con que había comenzado a llover. En situaciones como ésta mi antiguo yo hubiera buscado refugio, o conseguido un taxi para llegar a mi departamento, seco y acogedor, lo antes posible. Pero mi nuevo yo no seguía mis antiguos instintos. Fue por eso que me quedé parado en la vereda, bajo la lluvia, y cerré los ojos mientras levantaba mis brazos y colocaba las palmas hacia arriba para recibir el regalo líquido del cielo. Procuré anular mis sentidos y permanecí allí por un rato.
En seguida, mi mente viajó hasta el interior de Mateo’s, y allí la vi a Lara, sentada en la misma silla donde la encontré por primera vez; aunque no con el mismo atuendo: esta vez estaba con ropa común, semejante a la que usaba cuando se apareció mágicamente en mi departamento. Ella también estaba con los ojos cerrados, y sonriendo. Sentía mi presencia. Decidí ir físicamente a encontrarme ella.