jueves, 27 de marzo de 2014

Jaimóvich, mi nuevo amigo

Por la noche acudí a mi cita habitual de los lunes con Jaimovich. Fui decidido a despedirme de él, de la misma forma en que me había despedido de mi trabajo y de mis compañeros, ya que no necesitaría más de sus servicios. Claro que, antes de decirle adiós, pensaba ponerlo al tanto de lo ocurrido desde el viernes último, dado el interés personal que él había demostrado con respecto a mi situación y a mis problemas. Sin embargo, en lugar de despedirme de él, terminé dándole un lugar aún más importante en esta nueva etapa de mi vida.

Cuando terminé de contarle sobre los hechos del fin de semana, me miró con una sonrisa emocionada.

–Me alegro mucho por vos –dijo, mientras apoyaba su mano sobre mi hombro.

Luego se quitó los anteojos y comenzó a limpiarlos con una franela, mientras elegía sus próximas frases. Continuó:

–Diego, entiendo que no vas a necesitar más de la terapia, ya que, por lo que me contás, vos mismo podés ver lo que pasa por tu subconsciente con mucha más claridad de lo que yo lo puedo hacer con las técnicas que me enseñaron en la universidad. Sin embargo, me gustaría que nos siguiéramos viendo, aunque no como profesional y paciente, sino más bien como amigos.

Hizo una pausa para colocarse nuevamente los anteojos, tras lo cual me miró fijamente a los ojos y continuó hablando con un tono más grave.

–Quizás aún no hayas tomado conciencia de esto, pero, Diego, lo que vos estás logrando en estos días es algo que la mayoría de la gente no logra en toda su vida: descubrir cuál es tu propósito en la vida. Sin embargo, eso tal vez te signifique más una carga que una bendición. Pensá que aquella noche, con las brujas, iniciaste una transformación para vos mismo y tal vez para el mundo entero.

Me tomó con fuerza de los dos hombros, sacudiéndome casi como si quisiera reanimarme luego de un desmayo, y prosiguió.

–Lo que quiero explicarte, Diego, es que esa noche generaste una gran responsabilidad para vos mismo. Contribuiste a concebir a una persona que podría cambiar el destino de toda la humanidad. Como padre de esa criatura en gestación, tendrás la obligación de cuidarlo como un tesoro. Cuando nazca, deberás criarlo y conducirlo por la vida por la senda correcta. Supongo que no te va a ser fácil, y es por eso que yo quiero, de la forma que pueda, ayudarte en esa tarea.

El Jaimo tuvo razón en algo: aún no había tomado conciencia de ello. Me lo quedé mirando un rato mientras procesaba toda esa nueva información. Hasta ese momento, pensaba que el hijo que había ayudado a concebir habría de ser únicamente responsabilidad de las brujas; al fin y al cabo, ellas me habían obligado a hacerlo. Pero ahora estaba todo más claro.

El psicólogo miró su reloj. Llevábamos ya una hora y media hablando.

–Diego, me gustaría que siguiéramos hablando de esto –dijo–, pero no aquí, en el consultorio. Venite un día a mi casa; acá te anoto la dirección –me entregó un papel escrito con letra de médico en el que figuraba la dirección de su domicilio particular–. Vení cuando quieras, nada más avisame antes así te espero.

Al salir del consultorio de mi ex psicólogo me encontré con que había comenzado a llover. En situaciones como ésta mi antiguo yo hubiera buscado refugio, o conseguido un taxi para llegar a mi departamento, seco y acogedor, lo antes posible. Pero mi nuevo yo no seguía mis antiguos instintos. Fue por eso que me quedé parado en la vereda, bajo la lluvia, y cerré los ojos mientras levantaba mis brazos y colocaba las palmas hacia arriba para recibir el regalo líquido del cielo. Procuré anular mis sentidos y permanecí allí por un rato.
En seguida, mi mente viajó hasta el interior de Mateo’s, y allí la vi a Lara, sentada en la misma silla donde la encontré por primera vez; aunque no con el mismo atuendo: esta vez estaba con ropa común, semejante a la que usaba cuando se apareció mágicamente en mi departamento. Ella también estaba con los ojos cerrados, y sonriendo. Sentía mi presencia. Decidí ir físicamente a encontrarme ella.

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