martes, 15 de mayo de 2012

Encuentro en el bar

Viernes, 7:30 de la tarde. Como casi todos los viernes a esta hora, me encuentro apoyado contra la barra de Mateo’s, haciendo durar lo más posible un porrón de cerveza y tratando de leer algo que disperse de mi mente las preocupaciones laborales que me esperan el lunes próximo. En esta ocasión el material de lectura elegido es un ejemplar de la revista Weekend, que habla de la pesca de truchas en los lagos del Sur. El tema no me interesa en absoluto, pero el único objetivo de su lectura es relajarme y evitar que mi mente encuentre alguna preocupación en la cual concentrarse.
Este viernes tiene algo de particular. Algo dificulta mi relajación, una sensación de que algo ronda mi hombro izquierdo, como si fuera un insecto que lo revolotea y se posa en él ocasionalmente. Cada tanto, mi mano derecha realiza un movimiento instintivo para alejar al imaginario bicho, hasta que tomo consciencia de la molestia y volteo para ver qué es lo que la causa. Nada. Nada vivo a menos de tres metros de distancia. En la otra punta de la barra, una pareja charlando con susurros y arrumacos. En la mesa junto a la ventana, tres oficinistas riéndose a carcajadas de las anécdotas de la semana. En la mesa de la esquina una dama muy atractiva, veintitantos años, acompañada únicamente por un trago largo a medio tomar y un libro. Aprovecho para mirarla unos segundos, a ver si nuestras miradas se cruzan, pero su vista está fija en el libro. Parece estar tratando de memorizar algo, pues sus labios se mueven mientras habla para sí lo que sea que está leyendo. Vuelvo a apoyarme en la barra, a continuar con la intrascendente lectura de la revista.
La molestia en mi hombro toma nuevos bríos. De pronto deja de ser una molestia y se transforma en un dolor levemente punzante, como un pinchazo con un alfiler. Volteo inmediatamente para ver quién es el gracioso. Nadie. Pero antes de volver a concentrarme en mi cerveza y mi lectura, mi vista se cruza con la de la chica de la mesa en la esquina, quien ahora ya no lee su libro, y en cambio me mira fijamente. Su mirada es intensa, sus ojos un abismo negro, su expresión impávida. Me es imposible sostenerle la mirada, así que me vuelvo para apoyarme en la barra y mirar la revista, pero ya no puedo leer. Siento su mirada sobre mí. Tiemblo. Lo que antes era una molestia en mi hombro ahora pasó a ser un dolor semejante a una contractura. Llevo mi mano derecha hasta el hombro para tratar de quitarme la contractura, pero antes de que mis dedos toquen el hombro siento el efecto de un masaje. Unas manos delicadas e inexistentes aflojan mis músculos con suavidad, relajándome profundamente. No puedo evitar entrecerrar los ojos. El masaje dura unos pocos segundos, al cabo de los cuales desaparece todo rastro de dolor o molestia.
Vuelvo a mirar a la dama de la esquina, sospechando que tuvo algo que ver con ese fenómeno paranormal. Su vista sigue clavada en mí, pero ahora su expresión exhibe una sonrisa tierna. Le devuelvo la sonrisa, aunque con un dejo de perplejidad en mi expresión. Ella levanta el vaso, ahora vacío, y lo agita en el aire. Interpreto ese gesto como una invitación.
Con un gesto le indico a Mateo, el barman, que lleve otro trago igual a la chica de la esquina, a la vez que me pongo de pie, agarro mi cerveza y comienzo a caminar hacia su mesa.
–¿Puedo? –le digo como para romper el hielo.
Un movimiento apenas perceptible de su cabeza tiene para mí el significado de un sí, por lo cual tomo una silla y me siento frente a ella en la pequeña mesa redonda. Enseguida llega Mateo con la bebida de la dama.
–¿Tuviste algo que ver con eso? –pregunto.
–No sé de qué me hablás.
La observo cuidadosamente unos segundos. Está bien vestida y bien maquillada, como preparada para un evento de importancia. Lleva un vestido negro escotado que hace honor a su atractiva figura y un maquillaje facial que empalidece ligeramente su cara, resaltando el rojo de sus labios y el negro de sus cabellos. Pocos accesorios, pero elegantes y bien elegidos. Una sutil y sugestiva fragancia floral la rodea. Me llama particularmente la atención un prendedor que lleva en su vestido, con una estrella de cinco puntas.
“Está vestida así por alguna razón”, me digo a mí mismo. No sé si es por el efecto de la cerveza, o del cansancio previo al fin de semana, pero no puedo evitar que la pregunta que ronda en mi mente salga por mi boca.
–¿Cuánto cobrás?
Me responde en forma tajante, sin cambiar ni un ápice la expresión serena de su cara.
–Andate ya de mi mesa o le grito al barman para que te eche.
–¡N-no, no, no! Por favor, d-disculpame, no sé por qué lo dije. Es que no es normal encontrar chicas solas acá… Dejame empezar de nuevo. Eh… ¿Esperás a alguien?
–Ya no.
Suspiro aliviado. Me relajo, entendiendo que aceptó mi disculpa. Sin embargo, su respuesta me intriga. ¿“Ya no” significa que esperaba a alguien y se cansó de esperar, o que ahora que estoy yo acá no necesita esperar a nadie más?
–Hola, yo soy Diego –le extiendo la mano, y para mi felicidad, ella la acepta.
–Lara.
–Encantado. ¿Puedo preguntar qué estás tomando?
–Es un trago que solamente hacen en este bar. ¿Querés probarlo?
–Por qué no…
Tomo un sorbo de la bebida de color oscuro. Es fuerte, con un importante contenido alcohólico. Al principio llena mi boca de un sabor amargo que me provoca un ligero rechazo, pero al tragar el sabor se transforma en dulce, haciéndome desear un segundo sorbo. Lo tomo y lo retengo un poco más en mi boca, y mientras saboreo, dirijo las pupilas de mis ojos hacia arriba, tratando de recordar algún parecido con alguna bebida que haya tomado anteriormente. Alcanzo a descubrir un sabor a hierbas, pero me sigue resultando desconocida.
–No creo que logres adivinar lo que es –dice Lara, sonriendo.
Miro hacia la barra y le hago un gesto a Mateo para que me traiga un trago igual al de la dama. Mateo asiente, pero mientras comienza a preparar la bebida, agacha la cabeza y la mueve de un lado al otro, como expresando un fastidio cuyo motivo no logro dilucidar.
Un par de minutos después, se acerca a nuestra mesa para dejar el vaso y llevarse mi porrón de cerveza a medio tomar.
–Salud –le digo a Lara, invitándola a un brindis que acepta con agrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario