martes, 11 de septiembre de 2012

Ritual y concepción

Te presento a mis hermanas –dice Lara, quien por suerte había vuelto a tener el aspecto de una mujer sexy.
–Embpdffszss –respondo, queriendo decir “encantado”.
Entre las seis me levantan del sofá y me llevan hasta otra habitación, iluminada por un centenar de velas y con una gran cama pentagonal en el centro. Me depositan en la cama, separando mis piernas y mis brazos.
Las seis brujas se suben también a la cama y comienzan a acariciar y besar cada rincón de mi cuerpo. No pudiendo hacer otra cosa, cierro los ojos y me dedico a disfrutar del ritual. “Hasta ahora viene todo bastante bien”, pienso. Una de las hermanas de Lara se concentra particularmente en la zona de mi entrepierna. Al darse cuenta, Lara la aparta con brusquedad.
–Eso no te corresponde –le dice.
“¿Por qué? ¿A quién le corresponde”, me pregunto, y la respuesta no tarda en revelarse. Abro los ojos al escuchar una campanada.
Se abre la puerta de la habitación y es atravesada por otra mujer, vestida con una túnica blanca. Al verla, las seis brujas se bajan de la cama, quedándose de pie, tres de cada lado. La dama de blanco parece algo más joven que las otras. Su pelo es de color castaño claro. Camina hasta el borde de la cama, quedándose de pie a mis pies y observándome con detenimiento.
–Te presento a Sara, nuestra hermana menor –me dice Lara, convirtiéndose en vocero del grupo. –Tu deber será satisfacerla e inseminarla.
Sara se quita la túnica, develando el cuerpo más perfecto y hermoso que jamás haya visto. En su pecho se destaca el tatuaje de una estrella de cinco puntas encerrada en un círculo.
Lara se acerca a mi oído para susurrarme una advertencia.
–Si fallás en cualquiera de tus dos deberes, te cortará el cuello –y se vuelve para mirar a una de sus hermanas, que sostiene en su mano un gran cuchillo, y a juzgar por su malévola sonrisa, parece querer que yo falle. No estoy seguro, pero creo que es la misma que un rato antes estaba concentrándose en mi virilidad.
–No te preocupes, lo vas a pasar bien –agrega Lara, acariciando mis mejillas con sus manos y besándome con ternura.
“Qué pena no haberla conocido en otras circunstancias, fácilmente podría enamorarme de ella”, reflexiono.
Sara se sube a la cama y se coloca encima de mí, para comenzar el coito. Al penetrarla, noto una leve resistencia que cede luego de un par de movimientos de la bruja. “Creo que dejó de ser virgen”, asumo, aunque lo bien que se mueve encima de mí contradice la suposición de que hasta ese momento era virgen.
Cierro los ojos y comienzo a llenar mi mente de imágenes desagradables, para demorar la eyaculación lo más posible; al fin y al cabo, mi vida depende de ello. “Hombres desnudos. Hombres viejos, gordos, desnudos y transpirados. Todos apretujados en un vagón del subte en hora pico. Yo entremedio de todos ellos”. Es una técnica drástica, pero nunca falla. En ocasiones, esta técnica fue tan efectiva como para causar el efecto inverso, quitándome la excitación. Pero por suerte, en este caso eso no era posible, con semejante diosa moviéndose encima de mí.
Los gemidos de Sara comienzan a elevar su intensidad, a la vez que su vaivén se hace más veloz. La sensualidad del sonido hace que las imágenes desagradables con que yo había llenado mi cerebro desaparezcan irremediablemente. Abro los ojos y veo a Sara arqueando su espalda, mirando hacia arriba, apretando con fuerza sus propios pechos. Comienzo a sentir la inminencia del orgasmo, y temo por mi vida. Quisiera poder asir su cuerpo con mis brazos para frenar sus ímpetus (y además para que mis manos también disfruten del acto), pero mis extremidades siguen paralizadas.
Los sonidos que emite Sara dejan de ser gemidos para transformarse en gritos desgarradores, y luego en aullidos. La escena se transforma en alucinación: Sara es ahora una loba, y las seis brujas son demonios danzantes en torno a hogueras que inflaman un cielo estrellado. Las imágenes comienzan a girar a mi alrededor, y siento que soy arrastrado por un remolino y caigo en un abismo. Entorno mis ojos y cierro los párpados, al tiempo que el orgasmo más intenso que jamás haya sentido estremece mi cuerpo desde la punta de los pies hasta la coronilla. Abro la boca para emitir un fuerte grito que se funde con los aullidos de la loba. “Creo que los vecinos no van a estar muy felices”, pienso.
Escucho quebrarse el último aullido de Sara, el cual se transforma en un gemido, y luego en un suspiro. Abro los ojos y la veo desvanecerse. Está por desplomarse sobre mí, pero dos de sus hermanas mayores lo evitan tomándola de los brazos. Las otras cuatro ayudan para llevarla hasta un sillón. La cubren con la túnica blanca y limpian su sudor con paños húmedos.
Una de ellas coloca su mano sobre el abdomen de Sara y cierra los ojos, quedándose quieta unos segundos, al cabo de los cuales mira a sus hermanas con alegría, asintiendo. Todas se ríen y festejan lo que yo supongo es el embarazo de su hermana menor.
“¿Qué habré engendrado? ¿El anticristo? ¿Un mesías? ¿Tal vez una nueva bruja o brujo?”
Lara camina hacia mí, con un gesto angelical.
–Lo hiciste bien. Ya podés descansar –dice mientras mira mi cuerpo desnudo y transpirado–. Tal vez podríamos hacer esto mismo en otro momento, solos vos y yo, sólo por diversión. ¿Qué te parece?
Pone sus manos en mis mejillas y me besa con amor. Mis párpados se cierran.

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